XXXIII
No cierro alacenas negras,
para eso ya está la luna,
el mar;
que más me da si me lleva
a donde duermen las aceras
y las uñas moradas.
Entre olivos y olas me pierdo,
nada más que un cielo entero
para rodearme de lágrimas,
de esas de felicidad,
la calma
de los que se mueren en otoño.
No cierro alacenas negras,
para eso ya está la luna,
el mar;
que más me da si me lleva
a donde duermen las aceras
y las uñas moradas.
Entre olivos y olas me pierdo,
nada más que un cielo entero
para rodearme de lágrimas,
de esas de felicidad,
la calma
de los que se mueren en otoño.
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