Dienstag, 1. Januar 2008

XXIX

XXIX

Venía del mar,
supurando la razón,
envolviéndome entre su humo,
oliendo a sal y a noches sin tregua.

Su pelo era trigo,
los soles del campo la bandera
con la que cautiva
sin prisas,
a los poetas mugrientos de bar,
a las sonatas de una lluvia de cama,
mezclaba su figura de hollín
con un poquito de soledad y sangre.

Toda ella era nieve
y saliva de lava,
ojos del arlequín de sus adentros,
piel pisoteada por las flores,
y los colores de mil caminos al andar
su rastro de miel de las olas.

Venía del mar,
se me apareció entre las rocas,
me la comí a besos
y se fue,
abrazada por los tallos
calenturientos de la primavera.

La marea
ya ni quiere arrimarse a mi ventana;
sus hijas se pierden,
y no vuelven.

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