Samstag, 8. Dezember 2007

V-VIII

V

Me cuentan las estrellas,
del rubor de tus mejillas,
de tus piernas calenturientas,
de tu melena alborotada de fuego,
de tu fiebre entre almohadas,
de las horas que orbitan ágiles,
de tus noches de geranios,
de todo, de todo.

Pero miro
en el espejo
-húmedo-
del tocador bajo tu estantería,
se refleja la luna,
más tímida que ninguna.

Tan fría,
agrietada,
demacrada,
pálida.

Pero no reventará de calor,
ni morirá de su belleza.

Y mil años durará el encanto,
y no me quemaré,
ni lloraré,
suficiente con esta gripe.

-Contemplando al cielo estrellado-

Mejor.


VI

Si en tu ausencia
no volaron las palomas
viejas,
¿qué te hace pensar que lo harán
cuando estés aquí,
niña chica?

Eso que se levanta
no es el manto blanco,
ahora son cuervos
que harán
de tus ojos pendientes
para sus hermanas
y sus madres.


VII

A veces las flores se desnudan,
dan a ver
secas y toscas figuras.

A tí te desenmascaran,
presionan hasta el fondo
para conseguir
la forma de una flor,
que se desnuda
como quien no quiso ni un beso,
en lo milagrosamente bello,
en el puñal.

Que se desnuda y te mata,
de pena.


VIII

En esta casa habitan
las penas de una sombra
empapada en ron.

En esta botella habitan
las penas del ron
empapado en sombras.

En este ron habitan
las penas de esta casa
empapada en
la virtud,
de los que saben
esperar,
y saborear,
las sombras de
la muerte.

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